El observante

Marcos se había enterado de la exposición hojeando un diario sobreviviente mientras desayunaba después de una noche de insomnio.

Marcos se había enterado de la exposición hojeando un diario sobreviviente mientras desayunaba después de una noche de insomnio. De camino al museo no dejó de sorprenderle la rapidez con la que tomó la decisión de salir de casa y romper con su cómoda rutina. Hacía días que sólo deambulaba en su departamento, sin apenas cambiarse de ropa y ordenando comida a domicilio.

En el museo leyó con atención el folleto sobre la exposición y la biografía del artista, un pintor europeo llamado Julián Beever. Según el cuadernillo, era un de los artistas más destacados de un género en boga denominado realismo urbano y del que Marcos, hasta ese día, jamás había oído hablar.

Marcos comenzó a recorrer las salas de la exposición, evitando los pequeños grupos de personas que —como él— habían optado por llegar temprano. Caminaba arrastrando los pies, sumiéndose cada vez más en un estado de languidez provocado por la música estilo elevador que se escuchaba en todo el museo. A cada pintura le dedicaba sólo el tiempo indispensable y no tardó mucho en adelantar a los otros visitantes con más necesidad de detalles.

Se dio cuenta de que estaba hastiado cuando bostezó por tercera vez ante un cuadro que mostraba a un hombre tomando café con el celular en la mano. Concluyó que estaba mirando una realidad tan o más aburrida que la suya y se molestó consigo mismo por no haber meditado mejor aquella súbita decisión matinal que le había implicado hacer algo diferente.

Cuando llegó a la última sala estaba solo, cansado y con ganas de volver a casa.

En la habitación un único cuadro colgaba de la pared del fondo. Marcos se acercó y esbozó una sonrisa. Le gustó el juego que el autor proponía en esa pintura y recordó lo que alguna vez había leído acerca de unas muñecas tradicionales rusas: una dentro de otra, una dentro de otra, una dentro de otra. Se sintió afortunado de poder disfrutar del cuadro en soledad, sin personas a su alrededor, sin nadie que interrumpiera con preguntas o comentarios una atmósfera que le parecía perfecta.

Al mediodía la música ambiental se perdía entre los murmullos de la gente que miraba con atención el último cuadro del recorrido: un hombre con gesto aburrido, observado por una multitud, contemplaba una única pintura en la galería de una exposición.

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