Ana es una mujer de setenta años que vive, tranquila, en una pequeña casa de su propiedad en las afueras de la ciudad en los inicios del siglo veintiuno. Se mudó ahí hace poco más de un año cuando su esposo murió. Su única compañía es un cachorro de labrador que decidió adoptar después de que el perro apareciera merodeando en el jardín de la casa meses atrás. Ana tiene lo necesario para vivir decorosamente hasta el final de sus días y diariamente lleva a cabo una rutina que la satisface y la aleja del tedio.
Sin embargo, y desde antes que su marido falleciera, Ana comenzó a notar que su mente se volvía perezosa, olvidaba cosas. Primero cosas sencillas, dónde había dejado las llaves, o la hora de su programa favorito, pero poco a poco fueron más importantes, la dirección de su casa o los nombres y teléfonos de algunos amigos de toda la vida.
Por esa razón, Ana considera su actual hogar como un refugio seguro, en el cual no necesita dar explicaciones a nadie sobre sus olvidos y distracciones. Es, prácticamente, una ermitaña. Sus días consisten en largas caminatas por el campo, la lectura de un solo libro y la contemplación del paisaje campirano a través de la ventana de su habitación. Excepto el lunes, todos los días son así.
Los lunes, después de la larga caminata, alrededor de las once de la mañana, al volver a su casa, un taxi contratado hace tiempo, la lleva al supermercado para realizar las compras para la semana, la espera y la lleva de vuelta a su hogar. Ese día Ana compra las provisiones necesarias y no vuelve a tener contacto con nadie hasta la semana siguiente.
El último lunes de aquella rutina, Ana se levanta, desayuna y sale a caminar acompañada de su mascota, sin recordar adelantar una hora su reloj por disposición oficial debido al nuevo horario. A la mitad del paseo, el perro súbitamente corre en dirección a la casa. Ana se extraña pero continua andando. Una hora después regresa a la casa esperando encontrar al taxi, pero el porche está vacío. Ana ve el reloj para comprobar que llegó a tiempo, pero el vehículo no aparece. Transcurren los minutos y Ana se da cuenta que el taxi no llegará, aunque no puede explicarse por qué. Mientras observa a través de la ventana, Ana piensa en su falta de comida, de amigos, la incomunicación y su aislamiento de la ciudad. No sabe qué hacer, se siente impotente, así que sigue esperando.