Maletero: Sí, joven, a mí también me sorprendió. Siempre creí que el sistema de boletos numerados era a prueba de errores. Digo, al 1417877 sólo le puede tocar la maleta que tenga ese mismo número ¿no? Así le hago yo: miro los dos papelitos y si el número es igual pues entrego la maleta y a la que sigue. No hay mucho tiempo para pensar. La gente no tiene paciencia, ¿ve? salen como alma que lleva el diablo.
Vendedor: Es cierto, hay muchas maletas iguales así como muchísimas más que simplemente varían en detalles. En general va por modas. Por ejemplo, cambia el color, o se agrega un compartimiento. Recientemente las están mandando en versión eco-friendly, es lo que le digo. Entonces sí, puede ocurrir que alguien confunda su maleta con otra, pero no es culpa de la industria ¿sabe? Los estudios indican que más allá del parecido que puedan guardar dos o más maletas en un mismo lugar, la equivocación se da específicamente por el momento en que el usuario tiene que recuperarla. No sé si a usted le ha pasado pero, después de un viaje larguísimo, lo último que uno tiene es la pericia para localizar su equipaje entre una montaña de maletas apiladas. Lo que uno quiere es irse inmediatamente. Ahí está la cuestión: no nos fijamos en el detalle que, como todo mundo sabe, es lo único que vale la pena mirar. Entonces pasa lo que pasa…
Ricardo Martínez: Uy, si yo le contara. He visto cada cosa, y no sólo relacionadas con maletas. En septiembre hago treinta años de trabajar con mi diablito. Me va bien, gracias a Dios. El hombre que usted dice se llevó la maleta él mismo. Es normal ¿sabe? luego de tantos años ya uno sabe a quiénes acercarse y a quienes no. Fue el primero en salir del autobús y luego luego pidió su maleta, por eso me acuerdo. No pasó nada raro, al menos para mí. Entregó su boletito y caminó hacia la salida. No parecía que se hubiera equivocado. Mire usted ¿Quién lo iba a decir?
Maletero: Fue la primera vez que di la maleta equivocada. Al final, cuando toda la gente se fue, nos quedamos un señor gordo, la maleta azul marino y yo. Creí que era suya pero que había perdido el boletito. Eso sí me ha pasado bastante. La gente pierde el boleto, o más bien yo creo que no se acuerdan dónde lo guardan, y entonces se quedan hasta el último, un poco como con vergüenza, a lo mejor pensando que uno va a pensar mal de ellos, o ya preparados para dar la mordida por si uno no quiere darles su maleta o qué se yo. Por eso yo le di la maleta azul al señor gordo, aunque los números no fueran los mismos y él me asegurara que esa no era su valija. Porque, a ver, joven, si ya sólo hay una persona y una maleta, ¿no es obvia la respuesta? ¿Qué se supone que iba yo a hacer? Lo que si no me explico todavía es cómo fue que falló el sistema de boletitos.
Encargado de seguridad: Acababa de desayunar cuando un pasajero me preguntó con quién podía hablar sobre una maleta mal entregada. ¿Mal entregada cómo? le pregunté. Dijo que había tomado por equivocación una maleta que no era suya y venía a entregarla y a recoger la que le pertenecía. Le indiqué el camino al almacén y le dije que allí podía hablar con Juan Carlos Aguirre, que es el encargado de estas cosas.
Secretaria: Entró con una maleta y salió sin ninguna. No parecía enojado pero dijo que por favor lo mantuviéramos informado. No me dio tiempo de preguntarle sobre qué porque en ese momento sonó el teléfono y tuve que atender. Al final del día había recibido al menos diez llamadas suyas preguntando si su maleta había sido devuelta. La primera vez tuve que preguntar ¿Qué maleta? Aquí no devuelven maletas, señor. Dios, debí haber quedado como una tonta pero es que nadie me comunica nada. Y mucho menos el señor Aguirre. Luego por eso una queda en ridículo. En fin, muy amablemente el señor me explicó el problema y que además por la mañana ya había hablado con el señor Aguirre. Le dije que yo no tenía noticias, pero que en cuanto supiera algo me comunicaría inmediatamente. Pues seguramente lo que llevaba en la maleta era muy importante porque, como ya le dije, volvió a marcar al menos diez veces a lo largo del día. La verdad no es para menos… ¡Imagínese! Todas las cosas de uno. No, si a mí me pasa eso me muero. Sólo de imaginar a un completo extraño esculcando mis objetos personales… no, no podría volver a usarlos de nuevo.
Hugo: Era una escena ciertamente graciosa. El señor Juan Carlos sentado frente a nosotros, detrás de su escritorio, como meditando su siguiente acción; el maletero y yo, uno al lado del otro, y la maleta que yo había tomado por equivocación colocada en el centro de la mesa, como evidencia clave de un crimen. Escuché las explicaciones y las promesas, sin fundamento, de que mi maleta me sería devuelta. Luego pensé que, después de escuchar la explicación del embrollo, cualquier cosa podía ser posible.
Juan Carlos Aguirre: Nuevamente le digo que el maletero no va a ser despedido. Errar es humano, lo dice la biblia. No sé de dónde ha salido ese rumor. Es cierto que haber entregado la maleta, a sabiendas de que quien la recibe no es el legítimo propietario, no fue la acción más lúcida ni correcta pero eso no amerita despedir al trabajador. Además, al final todo se resolvió favorablemente ¿o no? Quedó demostrado que aún hay gente honrada en nuestro México y, aunque no tuve la oportunidad de hablar con ninguno de los involucrados, estoy seguro que todo fue un terrible malentendido.
Ricardo Martínez: También recuerdo al señor gordo. Fue el último en irse, por eso. Habló un momento con José, el maletero. Luego se fue andando con su valija en la mano. José cerró el compartimiento de maletas del autobús y se fue hacia los baños. No, no me mencionó nada sobre el asunto.
Secretaria: Al otro día, a media mañana, el señor volvió a llamar y me alegré mucho de poder darle la buena nueva. En este trabajo uno no tiene esa oportunidad muchas veces. Le dije que su maleta había sido devuelta y que podía pasar por ella en el transcurso del día. Quisiera decir que respeté su privacidad pero, la verdad, ya sentía que nos conocíamos y no pude resistir dar un vistazo al interior de la maleta. No sé que esperaba encontrar, pero obviamente sólo había cosas normales: pantalones, camisas, calcetines. Un poco decepcionante, si me permite decirlo.
Maletero: Me alegré mucho cuando supe que ambos señores habían recuperado sus maletas. No tanto por ellos, ¿sabe? a ver si aprenden a ser más observadores. Me puse feliz porque, aquí entre nos, los rumores de mi despido eran cada vez más fuertes y entonces ahí si se hubiera puesto fea la cosa…
Hugo: Todas mis cosas estaban allí. Un poco revueltas eso sí, como que el que se llevó la maleta buscó a ver si se podía quedar con algo y como no vio nada bueno decidió devolverla. Es lo bueno de viajar ligero. ¿Que cómo le hice para pasar la noche? Eso es lo mejor de todo, hacía años que no me compraba algo de ropa.
Señor Gordo: No sé cómo me encontró pero sólo le voy a decir esto: Cualquier otra persona se hubiera ido de la terminal con las manos vacías. Yo no. Yo nunca me voy con las manos vacías. Chiste. Tampoco crea que voy por el mundo secuestrando las maletas de otras personas, pero ¿quién me garantizaba que iba a recuperar la mía? La culpa fue del otro señor, Horacio me dijeron que se llamaba. Ahora, si me disculpa, tengo que documentar mi equipaje… con permiso.