Leí este texto en la Universidad Mariano N. Ruiz en Comitán, Chiapas, frente a alumnos de bachillerato y universidad. Un poco retoma algunas lecturas que han sido especiales para mí y otro poco intenta avanzar respondiendo a la pregunta que da título al texto. Al final de mi lectura/charla hubo aplausos y preguntas, qué fue lo más emocionante.
No soy un lector romántico. Es decir, no recuerdo, ni mucho menos conservo, el primer libro que leí. Tengo memoria de mi colección de historietas, de Tom y Jerry, Ricky Ricón, Archi y su pandilla y también de algunos libros que leía una y otra vez sin importar que ya supiera el final: La fórmula del doctor Funes, Ma y Pa Drácula, la saga fantástica de Fantasville y las historias de Sherlock Holmes. Con estas últimas empieza, formalmente, mi vida lectora.
De grande quiero ser Sherlock Holmes
Sherlock Holmes fue el primer personaje literario que me fascinó, el primero que deseé que fuera real. De niño yo soñaba con ser un investigador privado y encontré en este arquetípico detective, con pipa y sombrero de cazador, una forma de convertir ese sueño en realidad.
El creador de Sherlock Holmes fue Arthur Conan Doyle, un médico inglés que fue eclipsado por la grandeza del personaje que inventó. Holmes apareció por primera vez, junto a su inseparable compañero, el Dr. Watson, en la novela Estudio en escarlata y sorprendió a los lectores con sus capacidades deductivas. Era capaz de saber la profesión de una persona sólo mirando la manga de una camisa o descubrir un problema de alcoholismo gracias a las rayaduras en un reloj de bolsillo. A Holmes le bastaba mirar atentamente para que, contrario a lo que afirmaba El Principito, lo esencial se hiciera visible a los ojos. Conan Doyle escribió cuatro novelas y un total de 56 cuentos cortos con Holmes como protagonista. En uno de ellos, agotado por la presión de sus lectores, que le exigían semana con semana su cuota de aventuras, decidió asesinar al detective y también a su archienemigo, el profesor Moriarty. Conan Doyle deseaba escribir otras cosas y también tener tiempo para otros intereses, como su pasión por el espiritismo. Le fascinaba lo paranormal, el mundo psíquico, la posibilidad de comunicarse con el más allá; algo ante lo que que Holmes, con su mente analítica, habría soltado una sonora carcajada. Los intentos de Conan Doyle de establecer contacto con el más allá fueron infructuosos y también lo fue su deseo de librarse del detective. En un punto cedió y trajo de vuelta a Holmes, eso sí, sin espiritismo de por medio. El regreso de Holmes fue en 1927, diez años después de su supuesta muerte, y tres años después murió Conan Doyle. Hasta el día de hoy se recibe, en la dirección de este personaje ficticio, Baker Street 221-B, muchas cartas que piden consejo y buscan al único detective que pueda resolver un caso que parece imposible.
¿Qué hace que un lector se apasione con la lectura, con la literatura? Voy a aventurar una primera respuesta: el hecho que la literatura nos proporciona un catálogo de existencias posibles que, además, nos ayudarán a conformar la propia. Con la lectura somos nosotros y también otros, conocemos lo que otros son y lo que otros viven. Imaginación y posibilidad.
Entre los diez y los doce años leí todo el canon de Sherlock Holmes. Yo ya había abandonado el sueño de ser detective en la vida real pero con cada lectura me convertía, sin ningún problema, en uno.
El Perfume o el evanescente mundo de los olores
No soy un lector romántico. Tampoco uno ordenado. Por ejemplo: no leí La isla del tesoro, el clásico de clásicos sobre aventuras, pero sí El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, el clásico de clásicos sobre la otredad. Me falta Las aventuras de Tom Sawyer pero tengo fresca mi lectura de El guardián entre el centeno. Tengo Drácula, de donde beben todas y cada una de las novelas de vampiros actuales, pero no Orgullo y Prejuicio, de donde beben todas y cada una de las novelas románticas actuales.
Pienso, de todas maneras, que siempre hay tiempo para leer.
En la preparatoria me topé con El Perfume, en aquel entonces la primera novela de un joven alemán llamado Patrik Suskind. El libro tiene todo para llamar la atención de un adolescente. El subtítulo es Historia de un asesino y la portada muestra la axila y el seno desnudo de una Antíope durmiente. Es una portada muy sensual. Pero mucho mejor que la portada es el inicio de la novela:
En el siglo XVIII vivió en Francia uno de los hombres más geniales y abominables de una época en que no escasearon los hombres abominables y geniales. Aquí relataremos su historia. Se llamaba Jean-Baptiste Grenouille y si su nombre, a diferencia del de otros monstruos geniales como De Sade, Saint-Just, Fouché, Napoleón, etcétera, ha caído en el olvido, no se debe en modo alguno a que Grenouille fuera a la zaga de estos hombres célebres y tenebrosos en altanería, desprecio por sus semejantes, inmoralidad, en una palabra, impiedad, sino a que su genio y su única ambición se limitaban a un terreno que no deja huellas en la historia: al efímero mundo de los olores.
En este inicio se pone en juego uno de los recursos más divertidos e interesantes de la literatura: mezclar la ficción con la realidad. Si uno sólo leyera este fragmento de El Perfume no habría manera de saber si lo que nos van a contar ocurrió en realidad o es fruto de la imaginación del autor. Nos encontramos, por un lado, con figuras históricas, el Marqués de Sade, Fouché, Napoleón y por otro con alguien de quien nada sabemos, Jean-Baptiste Grenouille, pero, se asegura, fue contemporáneo de aquéllos.
Este juego expande enormemente los límites de la literatura. Lo importante de la ficción no es si es verdad o mentira (nada más triste que quien dice que no lee ficción porque no le gusta que le cuenten mentiras) sino que aquello que se nos cuenta sea verosímil. Mientras leía la historia apasionada de Grenouille, un personaje abandonado a su suerte por poseer un talento único, un olfato híper-desarrollado, descubrí la maravilla de un libro bien escrito, que consigue transportar al lector a otro mundo gracias a lo descrito en sus páginas. Grenouille descubre el mundo a través del olfato y nosotros, como lectores, lo acompañamos en esa travesía. Junto a él apreciamos el olor a estiercol en las calles, el de la madera podrida de las casas, el del sudor impregnado en hombres y mujeres, el del pescado podrido en los muelles.
Todo el libro es un viaje por el mundo de los olores, una dimensión a la que nosotros, en lo cotidiano, rara vez le prestamos la atención necesaria. La escena final es un frenesí causado por la fragancia del amor —esencia que Grenouille ha conseguido encapsular— y tras ella uno no vuelve a pensar en los olores de la misma manera.
¿Qué hace que un lector se apasione con la lectura, con la literatura? Otra respuesta: la posibilidad de evadirnos de la prisión de nuestros días en busca de mil y una noches y paisajes y experiencias, que difícilmente podríamos explorar o vivir desde nuestros dormitorios, oficinas o salones de clase.
Los detectives salvajes o el deseo de ser un poeta sin tener que escribir un verso
Leí Los detectives salvajes, la insigne novela de Roberto Bolaño, por primera vez en el 2008, ya en la Universidad. Tanto me impresionó el libro que, al terminarlo, hice dos cosas: le escribí un correo electrónico de agradecimiento a la profesora que lo había recomendado y compré, en los meses siguientes, de manera desaforada los demás libros de Bolaño. En el 2008 me convertí en bolañista: quería leerlo todo, saberlo todo, entenderlo todo.
El personaje principal de la primera parte de Los detectives es Juan García Madero, un adolescente aspirante a poeta que encuentra en los real visceralistas a un grupo con el que se identifica completamente. ¿Qué sentirá un adolescente al leer por primera vez la novela de Bolaño? Mi primera lectura fue a los 21 años por lo que sólo me animo a teorizar sobre este asunto.
El escritor Manuel Vicent escribió en un perfil sobre Julio Cortázar que “amar a Cortázar fue el oficio de toda una generación (…), no había una chica que, después de leer Rayuela, no soñara con ser la Maga”. Por su parte, Enrique Vila-Matas afirmó que Los detectives era “un carpetazo histórico y genial a Rayuela”. Así que, en principio, diría que cualquier adolescente que lea esta novela debería soñar con ser Ulises Lima, Arturo Belano o cualquier otro de los real visceralistas que recorrían como fantasmas, sin cansarse, la hermosa Ciudad de México.
¿Por qué me gustó tanto el libro? Me hicieron esa pregunta muchas veces pero en una de ellas elucubré algo que viene al caso hoy. Era invierno, de noche, y caminábamos por la avenida principal (pero desierta de peatones) de Comitán. “Porque, al menos en la primera parte, está dibujado el adolescente que me habría gustado ser”, respondí. La frase parece trágica pero vuelve a poner el dedo en el renglón: la literatura nos permite vivir otras vidas, explorar otros mundos, sin abandonar la comodidad de una ciudad de cien mil habitantes en la que todos se conocen. Los detectives salvajes es una vorágine, por sus páginas desfilan cientos de personajes y muchas ciudades de todo el mundo. Su lectura nos presta la capacidad de vivir sin timón y en el delirio, una frase que va muy bien con el espíritu de cualquier adolescente.
Esta no es una novela de detectives, al menos no en el sentido clásico. Hay dos poetas que buscan el rastro de otra poeta, Cesarea Tinajero. Y entremedio pasan muchas cosas, la vida dirían algunos.
En el programa de mano que se entregó al público durante la ceremonia en la que Bolaño recibió el Premio Rómulo Gallegos, el autor escribió:
Los detectives salvajes es la transcripción, más o menos fiel, de un segmento de la vida del poeta mexicano Mario Santiago, de quien tuve la dicha de ser su amigo. En este sentido la novela intenta reflejar una cierta derrota generacional y también la felicidad de una generación, felicidad que en ocasiones fue el valor y los límites del valor.
Mario Santiago en la novela es Ulises Lima, un poeta que, entre otras cosas, leía libros mientras se bañaba, pagaba el arroz blanco más caro de París y desapareció en Nicaragua durante la revolución sandinista. Es ciertamente una labor detectivesca rastrear la vida de Mario y saber qué de lo que cuenta Bolaño es verdadero y qué es ficción. Quizá con esta novela empezó también, sin saberlo, mi gusto por la crónica, por narrar lo real, lo verificable, pues me divertí mucho siguiendo los rastros del libro en artículos, entrevistas y relatos.
¿Qué hace que un lector se apasione con la lectura, con la literatura? Tercera respuesta: el descubrir que hay libros que no se terminan con la primera lectura, ni con la segunda, ni con la tercera. Libros que, cada vez que uno los lee, nos dicen algo distinto, nos enseñan algo diferente de nosotros y del mundo. Lo dijo Italo Calvino: un clásico nunca termina de decir lo que tiene que decir.
Los libros como guía en la biblioteca infinita
La manera más sencilla de empezar a hablar sobre Bartleby y compañía de Enrique Vila-Matas sería con la frase “Preferiría no hacerlo”, la misma que repetía Bartleby, el personaje de Herman Melville, cuando le pedían que realizara cualquier acción. Pero realmente lo mejor es escribir. Porque el libro de Enrique Vila-Matas, a pesar de que es una recopilación de los que desisten del ejercicio de la escritura, tras la primera lectura, me dejó con muchas ganas de leer y especialmente de escribir.
El libro de Vila-Matas se construye alrededor de una tipología de escritores muy particular: los excéntricos que un día, por diversísimas razones, optaron por decir “No escribo más”. Y entonces pasaron a la historia, además de por su literatura (escasa, suficiente o excesiva), por su radical e inamovible decisión. Bartleby y compañía es, ante todo, un hermoso anecdotario que provoca en el lector distintas sensaciones: disfrute, risa, asombro, curiosidad, extrañeza, incredulidad e inclusive solidaridad ante los dramas de los hombres detrás de las páginas.En el libro de Vila-Matas tenemos una amplia baraja de personajes con quienes podemos sentirnos identificados. Cuando ya ha conseguido seducirnos con una historia particular el objetivo principal del libro llega solo: no podemos evitar el deseo de saber más y lanzarnos en búsqueda del último libro escrito de Thomas Pynchon o de Salinger, para intentar comprender su silencio. Bartleby y compañía propone un recorrido más entre los largos y sinuosos caminos de la literatura.
Para mí, ya a finales de la Universidad, este libro cumplió también la función de un guía.
Quizá el guía más conocido de la literatura, o el primero que se viene a la mente, sea Virgilio en La Divina Comedia. Él cuida, explica y conduce a Dante en su travesía por los círculos del infierno. Lo cierto es que todos necesitamos un guía, alguien que nos oriente cuando nos encontramos confundidos o, peor aún, como apunta Gabriel Zaid en un ensayo sobre el consumo en la sociedad, cuando estamos frente a demasiadas opciones. Quizá la literatura es como uno de los infiernos de Dante, una selva peligrosa que exige un guía no sólo para no perdernos sino, más importante aún, para no pasar por alto lo que es realmente importante. Por eso existen libros como El canon occidental, Los 1001 libros que hay que leer antes de morir o el Diccionario crítico de la literatura mexicana: son brújulas que se encargan de trazar un camino seguro para un lector confundido.
En mi caso dos escritores, antes que Vila-Matas, cumplieron con creces la función de consejeros literarios: Truman Capote gracias a las entrevistas en Conversaciones íntimas con Truman Capote y Roberto Bolaño en su fantástico libro Entre paréntesis, una serie de artículos, ensayos y entrevistas que el chileno publicó en periódicos. Ambos autores fueron personas puntillosas, certeras y con ideas literarias bien definidas. Si uno confía en el criterio estético de Capote o Bolaño (como es mi caso) los libros y autores que ambos mencionan son una excelente guía de lectura.
Bartleby y compañía, una vez que lo terminé de leer, se convirtió en mi tercer mapa personal para el vasto universo literario.
¿Qué hace que un lector se apasione con la lectura, con la literatura? Cuarta respuesta: Encontrar el hilo invisible de lecturas posibles. Un libro nos lleva a otro, ya sea a través de un pie de página, de un autor, de una historia, de un paréntesis. Cuando descubrimos que allá afuera está, efectivamente, la biblioteca infinita de la que hablaba Borges… allí ya no podemos parar.
Sí se puede juzgar un libro por su portada
Actualmente atiendo una librería. Eso quiere decir que leo muy poco. La mayor parte del día se me va en cuestiones administrativas: realizar pedidos, hablar con editoriales, devolver libros que no se vendieron, recibir novedades, poner etiquetas de precios, acomodar volúmenes en los estantes. Muchos libros pasan por mis manos, la mayoría cerrados. Pero puedo decir que estoy más enamorado que nunca de los libros, de los libros como objeto. Del objeto libro.
¿Qué hace que un lector se apasione con la lectura, con la literatura? Quinta respuesta: un lindo envoltorio. Desde hace un par de años me apasionan los libros bien hechos, aquellos que parecen hechos casi artesanalmente. Los que vienen de editoriales independientes, cuyo tiraje es de mil o dos mil ejemplares. En México, por ejemplo, está Almadía con sus portadas dobles, Sexto Piso con sus libros de pasta dura e ilustraciones a color, El Naranjo, libros para niños con colores relucientes. De España nos han llegado libros de El Zorro Rojo, cuyo cuidado en la edición, tipografía, ilustraciones, no tiene comparación, Blackie Books, editorial de Barcelona, Impedimenta, con portadas de cartoncillo en donde el traductor está al mismo nivel que el autor, Malpaso con sus singulares bordes de colores.
El mayor placer de un lector es disfrutar de una historia bien contada. Pero creo que la experiencia lectora suma muchos puntos si en nuestras manos tenemos un objeto cuidado, agradable, casi único.
Otro punto a considerar: las editoriales pequeñas, independientes, tienen muy bien definido su catálogo. Pueden ser tan específicas como mujeres novelistas británicas que vivan en el campo. Y a partir de allí desarrollan su propuesta. Esto, en el gran laberinto de la literatura, es de gran ayuda al lector: si encontramos un libro que nos encanta publicado por una editorial X, quizá lo otro que se haya publicado allí también sea de nuestro agrado. Una editorial se vuelve, sin quererlo, en una buena amiga que además sirve de guía.
Me queda un último libro en esta lista de hits. Quizá serían todos los demás libros que he leído, los que he terminado, lo que he vuelto a leer una y otra vez, los que quisiera leer, los que debería ya haber leído e incluso los que he dejado a la mitad, sin poder llegar a la última página. Todos ellos conforman mi universo lector.
¿Leer puede hacerte mejor persona? No hay nada seguro sobre este asunto. ¿Te puede hacer más feliz? Al menos durante el periodo que dure la lectura, sí. ¿Qué sería si optáramos por no leer nunca? Viviríamos una sola vida, nada más.
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