Como todos saben, porque me he encargado de gritarlo a los cuatro vientos, en tres semanas más termino las clases. Luego vendrán dos de exámenes, nada grave, y todo terminará. Hasta hace unos días pensaba tener un tiempo de vacaciones y luego ir a realizar un proyecto en una comunidad de la Sierra poblana, pero todo con mucha calma. Ahora todo ha dado un giro radical.
Frente a mí, en la pared, hay colgado un cuadro con una fotografía muy famosa de los Beatles. Es de su última etapa, del disco Let it be. Lennon tiene el cabello largo, las patillas gruesas y sus lentes redonditos. El cuaro está firmado por cinco personas: Lennon, McCartney, Harrison, Star y mi amigo Bernavé Olivares. Bernavé me puso una dedicatoria en la parte superior izquierda un año antes de venir a la universidad, tiene una falta de ortografía que quizá hoy lo avergonzaría pero tiene un buen deseo incluido.
Vamos a pensar, sólo por un momento, que ciertamente no hay azar, sólo destino. Desde hace una semana formo parte de una pequeñísima muestra estadística de aquellos que terminan la carrera con trabajo. Es decir, no limbo de desempleo para mí. Por multitud de razones, he caído en lo que parece ser un excelente trabajo, pero todavía mejor oportunidad. Un proyecto a largo plazo, garantiza emoción porque está apenas empezando, está en mi área de interes y bueno, incluso parece que la paga es buena.
La cuestión de todo esto es que ahora, una semana después de haber comenzado, no el trabajo, sino la capacitación de lo que será el trabajo de verdad, estoy aterrado, pero sobretodo confundido. Los comienzos siempre son duros, dicen por ahí. Y en este caso es doble porque empiezo yo y empieza el proyecto, o sea, según lo veo yo, caos total. Pero me voy a enfocar en mí. En las cosas a las que me he dedicado digamos que siempre he tenido la consciencia de estar haciendo las cosas bien, a mi tiempo, a mi modo. Ya sea porque fue, por decirlo así, un conocimiento innato o porque la paciencia de mis mentores fue infinita. Como sea, tuve tiempo de adaptarme, aprender, experimentar y luego saltar al aire.
Aquí es todo distinto. He entrado en un mundo que desconozco por completo, pero la exigencia es total. Es cierto que manejo con soltura mi herramienta (la palabra), pero me siento perdido, sin la luz de un faro que siempre había tenido. No tengo la certeza de estar haciendo las cosas bien y me aterra pensar en lo que será cuando, en julio, comience todo de verdad. Es evidente, que lo que ocurre es el miedo al fracaso y a la posterior decepción. El problema es que no se cómo hacerle frente. Quizá simplemente trabajar duro, experimentar, ver qué ocurre sea la solución.
Pienso, pienso, no doy con la respuesta.
Bernavé escribio, palabras más, palabras menos: “Échale ganas a la escuela y muy pronto llegarás a ser un muy buen periodista”.