El encuentro con la yuta

Ya he escrito en anteriores ocasiones sobre la panadería de la esquina, mi favorita y la que vende las medialunas más caras del barrio. Desde que vivo en Caballito, hace ya más de tres años, la docena de facturas ((Pan dulce)) duplicó su valor y no parecía que la escalada en el precio fuera a detenerse.

Hasta hoy.

Hoy, en lugar del olor a pan recién hecho, había en la panadería varios letreros, escritos a mano, en los que se acusaba al dueño de haber «estafado a sus clientes y empleados», de «ser un garca ((Estafador en lunfardo))», «un estafador» y otras cosas más. La panadería estaba clausurada y las personas leían con asombro todo lo escrito (inclusive había pintadas en las paredes y en la vereda).

Era imperioso tomar una fotografía para compartir con quienes había hablado de mi fascinación por esas medialunas pero también sobre el precio excesivo y, porque, además, parecían nunca tener cambio. Saqué la foto con mi celular mientras a lo lejos escuché una voz clara: No podés tomar fotos.

Giré y vi a una policía ((Cayó la yuta, diría Kevin Johansen)) caminando hacia a mí mientras señalaba el teléfono. Tenés que borrar la foto, me ordenó. Era una petición seria y no se me ocurrió oponer resistencia aunque no pude evitar preguntar por qué mientras borraba la imagen. El local está en juicio y no se puede tomar fotografías. Mostrame tu celular, respondió.

Le pasé el teléfono. Ya había borrado la foto y la pantalla mostraba otra imagen de un par de días atrás. Esta no es la foto, me dijo. ¿Vos te pensás que soy pelotuda? Voy a llamar a alguien para que te lleven. La situación se ponía seria. Una vez tuve que subir a un auto policial (En Xalapa, y es otra historia) y no fue un viaje agradable así que no quería repetir la experiencia.

Le expliqué que ya había borrado la foto y que esa era la causa por la que se veía otra imagen. Le dije que podía buscar en la galería. Lo hizo. A los pocos segundos me devolvió el teléfono. ¿Para que querés una foto? ¿Con qué fin? Respondí con la verdad: Para enviarla a un amigo. ¿Y para qué? Es una larga historia… pero si quieres te la cuento, respondí.

Evidentemente no quiso. Su molestia era ya evidente y me pareció que lo mejor era terminar la conversación. Antes de irme le sugerí que, para personas como yo, debería haber un letrero que indicara la prohibición de sacar fotografías.

Volví un par de horas después. La policía seguía ahí pero en la pared de la panadería había una nueva pintada: «Garca estafador, te fuiste sin pagar a tus empleados». Y no le pude tomar una foto.

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