Hace un par de días vino una mujer joven que recorrió toda la librería, cada estante de cada librero. Reconozco a esas personas, son bibliófilos, no necesitan comprar un libro, vienen sólo para estar en contacto con ellos.
Dijo poco durante casi dos horas pero en el área infantil encontró un libro, Zanaforius el grande, que le provocó una expresión de alegría. Me dijo que ese libro lo leía todos los días con su hija pequeña, que estaba fascinada con la historia y las ilustraciones.
Cinco ejemplares de Zanaforius llegaron a LaLiLu en diciembre del 2016 desde la FIL Guadalajara. Llevaban más de un año expuestos y no había habido manera de vender ni uno a pesar de su pasta dura y su atractivo precio. Ya sabía que la mujer no compraría el libro pero aproveché para que me contara más sobre él.
La magia viene ahora.
Mientras ella y yo platicábamos entró otra persona y se ve que afinó el oído porque dijo: venía por un libro para niños, le voy a dar una oportunidad a ése del que hablan. Un rato después, ya la librería vacía, llegó una señora mayor, apurada, elegante. Me preguntó por libros infantiles para regalar. Tentando al universo le mostré Zanaforius.
-¡Ese quiero! -exclamó.
Finalmente, una hora antes de cerrar, apareció un señor con rostro esperanzado.
-Hace mucho que busco un libro, ojalá lo tengan -me dijo a modo de saludo.
Casi siempre que escucho esta frase el libro en cuestión está agotado o es carísimo o está en España y el envío es ominoso o de plano el libro no existe.
-¿Qué libro? -pregunto mientras pienso que no puede ser, que no es tan así, que la vida es gris casi siempre.
Pero es así. La vida es gris hasta que no es más gris.
-Se llama Zanaforius y tiene un conejo en la portada.
En ese momento reafirmo que los libros son imanes. Que los libros tienen una vida propia y que muchas veces están dormidos, duermen mucho, pero cuando despiertan (a veces necesitan ser despertados, acariciados) su energía es tan fuerte que consiguen atraer a sus lectores aunque éstos se encuentren a kilómetros de distancia.