No sé cómo era la vida de cada uno de ustedes, pero sí sé cómo era la mía. Sé que a principios de los ´90 yo tenía una computadora con un monitor del tamaño de un cajón de frutas, cuya única conexión con el mundo exterior era el cable de la electricidad. Sé que me había costado tres salarios del periódico en el que trabajaba, y que dudé mucho entre comprarme ese armatoste, cuyo futuro era incierto, o una máquina de escribir eléctrica. Eran épocas en que el mejor vino que yo podía comprar era el peor vino que vendían en el supermercado chino y no sólo no había leído a Kapuscinsky sino que, además, no sabía quién era. Sé que ninguno de mis conocidos mencionaba a un tipo llamado Gay Talese con la confianza de quien menciona a su tío, y que lo más cerca que había estado de Tom Wolfe era una película llamada La hoguera de las vanidades protagonizada por Tom Hanks y Melanie Griffith, que aún no se había inmolado en el altar del botox. Y sé que no quería ser periodista narrativa ni nuevo periodista ni periodista literaria, ni cronista: yo quería ser periodista: alguien que cuenta historias reales y que hace lo posible por contarlas bien Leila Guerriero
La cita está extraída de un artículo sobre lo que es y no es el periodismo literario. El texto no es sólo la definición de Leila sobre el periodismo literario (o cultural) sino una pequeña radiografía de cómo realizó algunos de sus mejores perfiles.
Para todos los que alguna vez se preocuparon por narrar la realidad y además hacerlo bien.
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