La odisea de Ulises, James Joyce y Sylvia Beach

El Ulises de Joyce es un titán de la literatura moderna y genera sentimientos contradictorios. Borges dijo que ciertos pasajes de la novela no eran menores a lo mejor que había escrito Shakespeare. ¿Cuántas personas se necesitan para que un clásico de la literatura vea la luz?

El Ulises es un titán de la literatura moderna y genera sentimientos contradictorios. Borges dijo que ciertos pasajes de la novela no eran menores a lo mejor que había escrito Shakespeare. Virginia Woolf dijo “ningún libro me había aburrido tanto” y lo abandonó sin terminarlo. ¿Cuántas personas se necesitan para que un clásico de la literatura vea la luz?

Sylvia Beach era una especie de nómade antes de que se le considerara «la mujer más conocida de París» o “la editora de la novela más grande del siglo”. Nació en Baltimore en 1897 pero a los catorce años se mudó a París junto a sus padres y sus dos hermanas. La estancia francesa no duró mucho, su padre fue llamado a Princeton donde ejerció durante diecisiete años como pastor. Sylvia, por su parte, volvió a Europa y estuvo en España, Francia y Belgrado antes de establecerse definitivamente en París en julio de 1919.

En una de sus estancias en París, Sylvia conoció a Adrienne Monnier, una joven que regentaba una librería especializada en literatura francesa en el barrio de Odéon. Sylvia quería saber más de los autores franceses contemporáneos y Adrienne deseaba conocer a la nueva narrativa estadounidense así que ambas pasaron mucho tiempo juntas durante los últimos meses de la Primera Guerra Mundial en la Librería de A. Monnier.

Durante ese tiempo Sylvia jugaba con la idea de abrir su propia librería, un deseo que la obsesionaba cada vez más. Quería abrir una librería especializada en literatura francesa, una especie de sucursal de Librería de A. Monnier, pero en Nueva York. Para ello contaba con la generosidad de su madre, quien estaba dispuesta a arriesgar sus ahorros en la aventura de su hija. Monnier no dejó que Sylvia se desilusionara cuando descubrió que los costos de tener una librería en Nueva York eran demasiado altos; al contrario, consiguió que a su amiga le sedujera la idea de abrir una librería especializada en literatura estadounidense en París. Ninguna de las dos lo sabía entonces —ni podía imaginar— que aquello se convertiría en el punto de reunión de escritores como Ernest Hemingway, Francis Scott Fitzgerald, Valéry Larbaud y, por supuesto, James Joyce.

La librería se llamó Shakespeare and Company y su primera ubicación fue en un local de la calle Dupuytren. Sylvia transformó el local con ayuda de muchos amigos, adquirió libros usados para tener una sección de préstamo y viajó a Londres donde se puso en contacto con varios editores para obtener las novedades de literatura en inglés que estarían a la venta. Shakespeare and Company abrió sus puertas el 19 de noviembre de 1919 y la noticia se difundió con rapidez.

Sylvia Beach en el primer local de Shakespeare and Company

En el verano de 1920 Sylvia conoció personalmente a James Joyce, que acababa de mudarse a París junto a su esposa, Nora, y sus hijos Giorgio y Lucia. Tenía, según le contó a Sylvia durante la primera de muchas visitas que hizo a Shakespeare and Company, tres problemas fundamentales: encontrar un hogar para albergar a cuatro personas, conseguir dinero para alimentarlas y vestirlas y terminar de escribir el Ulises, en el que llevaba trabajando siete años.

En el Ulises se narra la jornada de un día completo en Dublín —el 16 de junio de 1904— a través de las percepciones de su protagonista, Leopold Bloom. Durante un tiempo, mientras Joyce lo escribía, se publicaba por entregas en la revista estadounidense Little Review hasta que, después de la publicación del episodio “Nausicaa”, el texto fue prohibido por “obsceno”.  Joyce, viendo las dificultades que acarreaba la publicación del Ulises, le dijo a Sylvia con total desánimo: “Mi libro ya no saldrá jamás”.

La gran novela en inglés del siglo XX no tenía, en ese momento, oportunidad de publicarse en un país de habla inglesa. Pero nada impedía que el Ulises fuera editado en Francia, por una librería que llevaba menos de dos años de vida, a cargo de una persona sin dinero ni experiencia, pero con admiración infinita por su autor.

—¿Permitirías que Shakespeare and Company tuviera el honor de publicar Ulises? —le preguntó Sylvia a Joyce.

Joyce aceptó la oferta con mucha alegría.

Escribir es corregir. Joyce llevó esa frase al extremo y llegó a decir que escribió una tercera parte del Ulises corrigiendo las pruebas que le entregaba el impresor, Maurice Darantiere. Joyce era incansable y, cuenta Beach, “cubría cada hoja de las pruebas de imprenta con textos adicionales (…). Hasta el último momento los sufridos impresores de Dijon fueron recibiendo las pruebas llenas de sucesivas correcciones que tenían que añadir de la manera que fuera, así como párrafos enteros e incluso páginas suplementarias”. En un punto, Darantiere le sugirió a Sylvia que pusiera un freno al autor —por una cuestión económica principalmente— pero ella se negó: “Ulises tenía que ser tal como Joyce quisiera”.

Mientras Joyce pasaba los días corrigiendo las galeradas del Ulises, Sylvia tuvo que ocuparse de dos tareas monumentales: gestionar la venta anticipada de la novela y mudar a Shakespare and Company a un nuevo hogar en la calle l´Odeón 12.

Sylvia había decidido imprimir mil ejemplares de Ulises y colocó una nota en su librería anunciando la publicación íntegra por Shakespeare and Company. Del total del tiraje, cien iban a imprimirse en papel holandés, estarían firmados por el autor y su precio sería de 350 francos; otros ciento cincuenta en papel de hilo a 250 francos y los setecientos cincuenta restantes en papel ordinario a 150 francos. Al final de la nota se incluía un pequeño formulario para rellenar con el nombre del suscriptor y el tipo de ejemplar que deseaba adquirir.

Mientras los suscriptores del Ulises se acumulaban, Shakespeare and Company se mudó a la calle l´Odeón, justo frente a la librería de Adrienne Monnier. Así, mientras Sylvia lidiaba con los asuntos joyceanos, cartas y suscripciones, volvía a transportar libros, retratos y muebles hacia el que sería el hogar definitivo de Shakespeare and Company.

La publicación de Ulises se había prometido para el otoño de 1921 pero la estación llegó y pasó sin noticias del libro. La batalla para que Ulises viera la luz se libraba en múltiples flancos. Darantiere se esforzaba en encontrar el mismo tono azul de la bandera griega para la portada (Joyce fue inflexible en este punto); mecanografiar los capítulos que Joyce entregaba a mano con su letra casi indescifrable (a causa quizá de sus problemas de vista) representaba una tarea monumental; para peor, Joyce, que ya tenía diagnosticado glaucoma, sufrió en esos días un fuerte ataque de iritis que le impedía trabajar y lo obligó a mantenerse en cama esperando una operación de ojos. La operación se realizó con éxito y cuando Joyce volvió a Shakespeare and Company ya no chocaba contra las cosas y hasta podía leer si las letras eran lo suficientemente grandes.

El 2 de febrero de 1922, Sylvia recogió en la estación de trenes de París un paquete enviado desde Dijon que contenía dos ejemplares de Ulises con sus tapas azul griego y el nombre del autor en letras blancas. Darantiere había trabajado a toda máquina para que los libros llegaran a París. Uno era para Sylvia; el otro para Joyce, que ese día cumplía cuarenta años.

Primera edición de Ulises

Esa primera edición del Ulises pesaba un kilo y medio, tuvo 732 páginas y muchísimas erratas que se fueron corrigiendo en impresiones posteriores, dando lugar a nuevas erratas. Días después llegó a Shakespeare and Company el tiraje restante de Ulises y comenzó la aventura de la distribución.

Para quienes vivían en París obtener su ejemplar de Ulises no significaba ningún problema; bastaba ir a Shakespeare and Company y, con un poco de suerte, podían incluso salir con su copia firmada por el autor. El reto era que los suscriptores en Inglaterra y Estados Unidos recibieran la suya a causa de la moción de censura que las autoridades mantenían sobre el libro.

Un personaje decisivo en la solución del problema de entrega de ejemplares a Estados Unidos, donde regía la Sociedad para la Supresión del Vicio que confiscó los primeros ejemplares que llegaron al puerto de Nueva York, fue Ernest Hemingway. En aquel entonces aún no había ganado el premio Nobel aunque ya Sylvia consideraba que “las obras de Hemingway deberían quedar primeras en cualquier premio literario”.

Hemingway puso en contacto a Sylvia con Bernard B., un amigo suyo que vivía en Canadá y los libros fueron enviados allí. Cada día Bernard tomaba un ferry y cruzaba la frontera con un solo ejemplar de Ulises escondido debajo de la ropa. Así se entregaron todos los pedidos del Ulises a los ansiosos lectores estadounidenses. Shakespeare and Company hizo ocho ediciones más del libro y se enviaron volúmenes a India, China y Japón. Para los clientes que llegaban en persona a París y tenían como destino Estados Unidos o Inglaterra, el libro se camuflaba con portadas de las Obras completas de Shakespeare o Cuentos maravillosos para niños.

Aunque había salido airosa de la publicación del Ulises, Sylvia seguía teniendo mucho trabajo con asuntos relacionados a Joyce: entregaba su correspondencia, administraba los ingresos del libro, concertaba entrevistas y gestionaba acuerdos de posibles traducciones. A esto le tuvo que sumar que, a ojos de algunos escritores, Shakespeare & Companyya no era una librería sino una casa editorial por lo que comenzó a recibir manuscritos, propuestas y hasta contratos redactados para la publicación de libros, principalmente de corte erótico. Sylvia rechazó El amante de Lady Chatterley de D.H. Lawrence y las Memorias de Aleicester Crowley explicando que ella no quería publicar libros eróticos y que, en realidad, su trabajo editorial era para un solo autor. Tras Ulises, Sylvia publicó en 1927 Pomes Penyeach, un poemario de Joyce con trece textos del cual se imprimieron sólo trece ejemplares en papel de lujo para Joyce y sus amigos. En 1929 también editó un libro de ensayos titulado Our Exagmination Round his Factification for Incamination of Work in Progress sobre el nuevo libro de Joyce Work in progress (o Finnegans Wake) en el que participaron escritores como Samuel Beckett y Williams Carlos Williams.

Shakespeare and Company , como editorial, se debía a Joyce y así quedaba demostrado en su reducido catálogo.

¿Por qué Sylvia, tan joyceana como se declaraba, no publicó Finnegans Wake? Las razones fueron muy terrenales: tras haber sido parte fundamental de todo el proceso de escritura y publicación de Ulises, Sylvia estaba agotada de su trabajo con Joyce y parecía no estar convencida de poder resistir otra aventura del mismo porte (tanto en términos de esfuerzo como financieros). Aunque Joyce le pidió que fuera Shakespeare and Company quien publicara su nueva obra, Finnegans Wake terminó en manos de Harriet Weaver, también una devota joyceana.

Miss Weaver, al igual que Sylvia, no quería privar a nadie de las obras de Joyce. Publicó por primera vez Retrato de un artista adolescente en su revisa inglesaThe Egoist e intentó hacer lo mismo con Ulises pero sólo pudo publicar cinco capítulos antes de que sus suscriptores se escandalizaran y el consejo editorial la obligara a prescindir de la segunda obra de Mr. Joyce. Cuando Ulises ya había sido publicado por Shakespeare and Company, y antes de que se agotara la primera edición, Miss Weaver intentó nuevamente que el libro llegara a Inglaterra. Pidió permiso a Sylvia y mandó a imprimir dos mil ejemplares a los talleres de Dijon. La mayor parte del tiraje se envió al puerto de Dover (Inglaterra) y el resto a Estados Unidos pero las librerías no recibieron ningún ejemplar. En Inglaterra fueron incautados por las autoridades y quemados en la “Chimenea del Rey” mientras que en Estados Unidos fueron echados al mar del puerto de Nueva York. A pesar de sus reveses, Miss Weaver nunca dejó de preocuparse por Joyce. En varias ocasiones le envió sumas de dinero importantes para que concluyera el libro sin preocuparse por cuestiones cotidianas.

Finnegans Wake no tenía motivos para ser censurado en Inglaterra (a menos que fuera por “poner patas arriba el orden natural del discurso lógico y gramatical que siempre habían respetado los escritores de cualquier época” (p.62 Jacobo Siruela) y para Miss Weaver debió haber sido una gran alegría ocuparse de su publicación y entregar al público una nueva obra de Joyce.

Al Ulises le faltaba dar un paso: llegar a Estados Unidos de forma legal (ya en 1926 circulaba una edición pirata del libro con el texto modificado). En 1933 el juez de Estados Unidos, John M. Woolsey, dictaminó que el libro no era pornográfico y por lo tanto no podía ser considerado como “obsceno”. Esta decisión (sumado a que Sylvia permitió a Joyce negociar libremente con editoriales de Estados Unidos la publicación de Ulises) hizo que en 1934 Random House lanzara una elegante edición del libro. Más adelante la editorial Odyssey Press publicó una edición continental que fue revisada y corregida por Stuart Gilbert, la persona que mejor conocía el Ulises después de Joyce.

Con la publicación de Ulises en Estados Unidos, Sylvia abandonó el universo joyceano pero la Shakespeare and Company siguió funcionando, recibía visitantes ilustres (Henry Miller, Anaïs Nin, Tom Wolfe) y se escribía sobre ella en periódicos y revistas. Incluso cuando comenzó la guerra y los alemanes invadieron Francia, la librería se mantuvo abierta a pesar del éxodo y la ocupación de París.

Un día, un oficial nazi le consultó a Sylvia sobre un ejemplar del Finnegans Wake que estaba en la vitrina. Ella se negó a vendérselo y el oficial le advirtió que por la tarde volvería para confiscarle todos sus bienes.

Ayudada por amigos, Sylvia escondió los libros, fotografías, muebles y estantes dentro de un departamento desocupado en el tercer piso del edificio. Un carpintero desmontó los estantes y un pintor tapó el cartel Shakespeare & Company de la fachada. La librería —literalmente— desapareció.

Sylvia pasó seis meses en un campo de internamiento. Volvió a la calle l´Odeón pero la librería no volvió a abrir sus puertas, ni siquiera después de la liberación de su cuadra por parte del ejército aliado con Hemingway a la cabeza.

Bibliografía

BEACH, Sylvia: Shakespeare & Company. Trad. de Roser Infiesta Valls. Barcelona, Ariel, 2008.
CARRIÓN, Jorge: Librerías. Buenos Aires, Anagrama, 2013.
SIRUELA, Jacobo: Libros, secretos. Girona, Atalanta, 2015.

4 comentarios

fronkonsteen 14 de septiembre de 2016 Contestar

Me gustó. Me inspiró. Que envidia siento. Good work.

Samuel Albores 15 de septiembre de 2016 Contestar

Gracias. #EstoySonrojado. A ver si mantengo el ritmo.

maria celorio 22 de septiembre de 2016 Contestar

Que rico texto, de inicio a fin mi mente se fue a otro tiempo. «Quemados en la chimenea del rey» jaja que tontos. Gracias por compartir

Samuel Albores 28 de septiembre de 2016 Contestar

Gracías, María, por el comentario. Si te fuiste a otro tiempo, a otro lugar, se logró el objetivo :).

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